Los que llegamos a las profesiones de ayuda, con toda probabilidad, hemos estado influidos por nuestra propia historia familiar. Desde el “tenemos que/debemos ser” tal o cual para sentirnos pertenecientes, hasta el “queremos ser” porque deseamos consciente o inconscientemente un cambio de dirección en este río de la vida llamado familia.
Personalmente, desde muy joven, sabía que quería ser médico psiquiatra, y mi padre, quien fue médico neumólogo, decía que era una profesión muy sacrificada para la que quizá yo no estaba preparada. Años más tarde, cuando había conseguido diversos logros académicos, reconocimiento laboral y había salido al mundo, él negaba, textualmente “que había dicho semejante barbaridad” que eso me lo había inventado, sin embargo, había quedado sembrado en mi aquella duda, ¿habría podido?¿sería en verdad demasiado para mi?, ¿será que lo soñé? ¡Osadía la mía dudar de mi padre!
Gracias a la terapia, afortunadamente lo decidí más bien pronto, pude comprender, integrar y pasar por mi cuerpo que todo aquello que me había dicho mi padre era solo su experiencia, teñida y sostenida a su vez por creencias, muy interiorizadas, producto de situaciones traumáticas dentro de su familia de origen cuyo impacto emocional dejó tal impronta en él, que su manera de afrontar ciertas situaciones conducían a mantener, entre muchas otras cosas, el que las mujeres debían ocuparse en asuntos de “mujeres”, puesto que éramos frágiles o vulnerables para determinadas responsabilidades siendo su deber, como hombre, protegernos y/o rescatarnos. De no haberlo cuestionado y trabajado, se habría constituido en una sentencia, regla o mandato; quizá para siempre, y tal vez, solo tal vez, ahora ni estaríais leyendo estas líneas porque estaría ocupada en aquello que se esperaba de mi.
Entonces, ¿estamos los terapeutas exentos de estas circunstancias? Con toda probabilidad responderéis con un contundente NO. Y es tan así, que nosotros también desplegamos nuestros recursos para encontrar un lugar seguro en sesión, evitar sentirnos activados ante una experiencia amenazante y de esta forma mantener a raya nuestra ansiedad, pues, sabemos que es desde la seguridad que podemos hacer posible que el proceso llegue a buen destino.
Todo lo anterior me trae a la mente lo que Bowlby señaló con gran atino en 1973: Nuestro papel como terapeutas consiste en promover que el/la paciente/usuario/cliente traiga esos pensamientos, sentimientos y acciones de resolución que sus padres le han prohibido o disuadido pensar o experimentar, y en el proceso, si fueran necesario, convertirnos en agentes de regulación emocional ejerciendo funciones de corteza prefrontal auxiliar.
He aquí la oportunidad de un nuevo comienzo, adaptando este pensamiento a nuestra propia persona, preguntándonos: ¿cómo mi historia personal, profesional, otras formaciones, organizaciones a las que pertenecemos nos lo han impedido o están impidiendo y qué estamos haciendo aquí y ahora con ello? ¿Cómo puedo caminar hacia la seguridad a través del reconocimiento de mi propia familia para desde allí brindar apoyo y sostén en las dificultades de otras familias/clientes/pacientes/usuarios y facilitar su crecimiento y transformación?
Observar nuestra dificultad para poner en cuestión a nuestros padres o a todos aquello que representen o nos conecten con una jerarquía similar no es baladí. Sin embargo, aun no siendo fácil, por todos los introyectos culturales familiares, sociales y religiosos, desde este lugar de conocimiento nos podemos convertir en nuestra propia caja de herramientas o de recursos en terapia creando de esta manera mejores intervenciones, amorosas y respetuosas con sus tiempos y procesos. Se hace necesario, pues, contactar con nuestra sabiduría interna desde la cual podemos acompañar hacia ese lugar donde se produce ese “darse cuenta” y entonces construir nuevos caminos en vez de reabrir viejas heridas. Esto es, apropiarnos de nuestra historia para ser, como plantea el circulo de seguridad parental, lo “suficientemente buenos, grandes, sabios y bondadosos” con quienes depositan su confianza en nosotros para abrirse, mostrarse vulnerables desde un lugar de seguridad. Bowlby, 1973 define el apego “como cualquier forma de conducta que tiene como resultado que una persona obtenga o retenga la proximidad de otro individuo diferenciado y preferido, que suele concebirse como más fuerte y más sabio”.
Resumiéndolo mucho, podemos decir que apego es seguridad. Confiar en que soy acompañadx en mi experiencia, en mi exploración, que soy aceptadx, miradx por el simple hecho de ser quien soy en mi búsqueda de respuestas, que estén atentxs, sin juicios, con genuina presencia y sentir que cuando entro en aguas turbulentas y estoy asustadx, en la tristeza o en mis sensaciones físicas habrá alguien ahí esperando, disponible para ayudarme a reorganizar todos esos sentimientos, emociones, sensaciones, para acompañarme a manejar mis frustraciones, a reconocer el dolor, honrar esas defensas que tantas veces fueron útiles y que ahora podemos dejar que descansen para que los adultos que somos podamos hacernos cargo.
Cada vez que me preguntan o digo a qué me dedico, es inevitable que venga a mi mente algún recuerdo familiar que contribuyó a que ahora ame lo que he elegido como profesión, no soy médico psiquiatra, sin embargo, sigo en el camino del constante reciclaje como acto de amor y responsabilidad ante la apertura en canal de quienes se sientan frente a mí. Os invito a reflexionar sobre ello, ¿Qué os marcó para decidir a lo que ahora os dedicáis?
Sin temor a repetirme, insisto, que los profesionales que trabajamos con personas en general y, en especial, en clínica, como psicoterapeutas o con familias, necesitamos algo más allá del conocimiento teórico, muy necesario porque son la base, por supuesto; no obstante, desde mi experiencia profesional y personal, es vital contar con un espacio en el que podamos explorarnos desde nuestra propia familia de origen, exponiéndonos a situaciones incómodas o en las que nos tambaleemos un poco ya que esto se traduce en ampliar no solo nuestro repertorio de respuestas a las familias/clientes/usuarios que acompañamos sino también que se convierte en un amplificador para el propio autoconocimiento y autotransformación personal, evitando de esta manera convertirnos en profesionales instrusivos e iatrogénicos dentro de nuestro propio gremio. Llegar a este punto es pasar a otro nivel de encuentro con las familias/clientes/pacientes/usuarios, un encuentro facilitador de vínculos, autocuidado, cuidado y de sostén. Somos manos que cuidamos manos para que puedan sostenerse y sostener de manera fun-
cional sus interacciones, lo que nos hace más conscientes y respetuosos en nuestra relación con el cliente/paciente/usuario y con lo que estos nos traen a consulta. ¿Cómo observo para atender las necesidades de mi paciente/cliente/usuario y me observo sin perderme, es decir, desprotegerme? ¿Cuánto me permito o restrinjo?. Sabrán y Muran (2013) hacen referencia a que la practica de la conciencia plena hará posible que el terapeuta pueda estar “absorto” en el mundo del paciente mientras, a su vez, es capaz de mantener su su capacidad de autoobservación, lo que podemos entender como “doble consciencia”.
Jung decía: “Todo lo que no quiero ver conscientemente aparece en mi vida como un
destino”.
Os invito a la siguiente reflexión ¿Cuánto permiso te das para mirar atrás, a tu familia de origen? ¿Cómo ha sido ese punto de partida para ir construyendo o reconstruyendo tu identidad? Si lo has hecho, ¿Qué dificultades has encontrado en tu trabajo con familias/pacientes/clientes/usuarios o con los otros sistemas en los que has elegido formar parte? ¿Con cuánta frecuencia te descubres en resonancia con las vivencias de las familias o te has dado cuenta de que muchos de esos personajes de tu familia de origen están ahí al acecho, sobre todo en momentos difíciles de una sesión, para tomar su voz, su estilo o su respuesta? mucho más que algunas veces ¿a que sí? ¿Cuántas veces has sido capaz de elegir en función de las necesidades del paciente o su sistema en vez de tus propias necesidades?. ¿Con qué tipo de clientes/pacientes/usuarios te sientes más atraídx o directamente sientes rechazo? ¿Quién soy, o en quién me convierto en estos momentos? ¿Qué me inquieta? ¿Qué me calma? ¿A quién de mi sistema estoy siendo leal o desleal? ¿Con quién/quienes debo mantener cercanía o distancia? ¿Cómo vivo los momentos de conexión? Y si hay ruptura ¿reparo? ¿Cuándo? ¿Cómo lo hago?
Recordemos a Ceberio y Linares, 2005: “la relación se puede tomar como un todo, donde, las conductas del terapeuta y la de las familias se influyen mutuamente”. Me construyo y construyo a través de la interacción con las familias, con los demás y no solo desde la narrativa sino desde nuestra comunicación no verbal no consciente.
Conocer, pues, como te ha influenciado tus raíces puede ayudarte a encontrar respuestas, y si es necesario, recursos de autoregulación para tomar el timón y cambiar la dirección de las velas.
¿Has llegado al punto de aprender e incorporar el utilizarte como instrumento a tal punto que las resonancias, ese puente invisible constituido por emociones y percepciones que nuestro propio sistema familiar evoca y amplifica (Casas, 2021), en el trabajo con familias se haya convertido en una fuente de posibilidades? Si tu respuesta es sí, sigue trabajando en ello. Si tu respuesta es no, te invito a transitar este maravilloso camino que, aunque a veces no lo parece por todo lo que hay que poner sobre la mesa, solo puede traerte satisfacciones personales y profesionales.
¿Qué estás haciendo hoy como profesional para que lo que aparezca como destino sea lo más parecido a lo que deseas para ti, para tu familia, para tu profesión y con todos aquellos sistemas con los que interaccionas?
Por último, como extraordinariamente nos señala Carmen Casas (2021) “no somos una raza especial, ni nuestras historias están en planos diferentes a la de “ellos””, nuestros pacientes/clientes/usuarios/familias. La diferencia radica en que nosotros elegimos esta profesión para acompañarles y eso amerita responsabilidad, compromiso y respeto.
Mélida Pérez Noriega
Lic. en Psicopedagogía Clínica. Psicoterapeuta. Maestra especialista en Educació Especial. Mediadora Familiar. Facilitadora acreditada del Círculo de seguridad Parental (COSP).
Apoyo bibliográfico:
Casas Garcia, Carmen (2021). La familia de origen en sesión. Moviéndonos entre familias. Ediciones Morata.